martes, 1 de noviembre de 2011

Problemas en el trabajo.





Estábamos en un parate del trabajo. Con ganas de fumar, tomando café. Juan Pablo es jefe de la unidad. Le gusta decir: esto te lo digo una vez, si no lo escuchas no lo digo más. Siempre dice lo mismo cuando viene un nuevo proyecto. Esta orgulloso de mandar, parece que se sorprende cuando sucede. Pero tiene un problema. O eso dice un compañero de trabajo en el baño, en voz baja, mirando a la puerta.
-          “No va a servir. Es  joven, es inexperto, es soberbio, es impulsivo, lee mucho. No va a poder manejar el piso”.
Pero el problema es que ya lleva dos años. Mi compañero de trabajo tiene 35, está quedándose pelado, tiene mal humor y siempre está cansado. Yo tengo 27. El chico, Juan Pablo, tiene 22. Todos pensábamos que era el hijo del jefe, o algo así cuando llegó. La edad, en cierto momento, es un insulto que me inquieta. Y el problema era que sí; nadie lo había acomodado. Pero Germán tenía razón en algo: el chico no medía con quién hablaba. No se daba cuenta, no le importaba. Por ejemplo, una vez nos está dando una charla muy importante (muy clara) sobre cómo no equivocarnos al poner en color rojo la letra porque si no el programa no podía reconocerla, algo así. Mientras dibujaba diagramas en un pizarrón blanco, todos nos perdíamos mirando la estación de trenes, por la ventana. Germán tenía el teléfono en la mano, y nosotros no entendíamos por qué tenía el teléfono en la mano. De vez en cuando lo miraba. En un momento Germán le preguntó:
-          ¿Espera algún llamado, jefe?
El chico asintió, sonriendo, y dijo que sí. Sonó el teléfono, dijo:
-          Justo. Discúlpenme un segundo- atendió, y miró por la ventana - Hola ¿Qué tal? Bueno, mi nombre es Juan Pablo Hoffer, tengo 22 años y me gustaría dar mi opinión sobre el tema del aborto. Creo que no podemos seguir pensando de la misma manera que antes, simplemente porque la gente ya no es la misma. Ya no hay padres dictadores, vecinas chismosas. Creo que la cuestión es de tipo médico, y sería bueno preguntarle a los médicos, ya que son los que conocen y tratan el problema. Dejemos de lado las discusiones inútiles. Actuemos. Pienso que cada cual debería elegir lo que quiere con su cuerpo. Gracias por atenderme, y muy bueno el tema de discusión.

Viajes en colectivo 1:

Eran las seis de la tarde y el colectivo estaba lleno. Yo iba a la casa de Seba a conseguir unas pastillas para poder dormir. El había empezado a trabajar en un programa de laboratorio en su facultad, podía conseguir lo que quisiera y siempre estaba dispuesto a recetar sin receta. Su casa quedaba a dos horas de mi trabajo y pense que era mejor recorrerme la capital a volver a mi casa. El colectivo estaba lleno de gente. Señoras, señores, chicos, chicas. Me senté en un asiento, apoyé la cabeza en la ventanilla, cerré los ojos. Cuando llegamos a Pueyrredón una señora empezó a empujar a la gente y se agarró a la baranda. Cada vez que doblaba la calle se me caía encima. No venía sola, estaba su esposo, o lo que fuere al lado suyo. Tenía la cara llena de arrugas, llena de marcas rojas como si estuviera por entrar en evullución. Su esposa le decia cosas asi:
- Yo te digo que las cosas van mal. Ahora van a ir peor. En el supermercado todo esta carisimo. Te digo que aumentó todo un 110 %. Por ejemplo, ayer hablaba con Lidia, que fue al supermercado y sabes cuando sale el paquete de harina.
- No. Cuanto?
- Un 110 % mas. Esto no se puede. Y no es que yo vaya a supermercados caros, no. Fui al supermercado chino y compré lo mismo que hace un año, lo mismo, y la otra vez me salio 75 y ahora con 75 solo compro…
Nada podía parecerme mas deprimente que esas charlas. Me apreté contra el asiento, me apreté contra la ventanilla y mi cabeza rebotaba una y otra vez como cuando me quería dormir y no podía. La señora seguía hablando de precios, como si eso fuera lo unico que haria que su vida fuera miserable y quejosa. A mi todo me molestaba, todo, desde levantarme a la mañana, tomar café en el trabajo, mandar mensajes a Ana para ver si queria volver a salir a tomar algo.
Cuando llegue a Barracas Seba estaba en el supermercado. Salia con dos bolsas blancas de residuos, repletas de botellas y manies.
- Parece que la vas a pasar bien -dije.
- Siempre. Igual las compre para vos. Los mejores antidepresivos se venden en el super y son mas baratos. 
Despues cuando volviamos me conto de su dia. Lo habian echado tres veces. En el trabajo, en la facultad y su nuevo proyecto de noviazgo. Mientras iba diciendome eso, yo veia una linea de sangre que cruzaba la avenida, la cruzaba y subía el cordón, llegaba hasta nuestras zapatillas. Quise comentarselo, pero me pareció que venia muy metido en su cabeza, contandome todo, que no tenia sentido. Cuando llegamos a su casa y me saqué las zapatillas, vi que tenia las medias mojadas con pintura roja, y que manchaban el piso encerado.
- Es un desperdicio esto de manchar los lugares limpios -dije, me sente en el sillón y Seba me dio una cerveza y se quedó dormido cuando la abrí.